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jueves, 1 de septiembre de 2016

Elijo el camino lento



A veces el mundo nos parece oxidado y viejo, como si nunca hubiera cambiado en lo sustancial. Soy de los que piensan que el mundo es mejor que hace un siglo o dos o tres mil años, que la justicia es más igualitaria, que la cultura se ha extendido como nunca, que las posibilidades de mejorar de vida son muy superiores a lo que ocurría en otras épocas, que hay más libertad y más posibilidades de que cada individuo tome sus decisiones. A veces puede no parecernos esto porque estamos más informados que nunca, porque las posibilidades de intervenir para evitar desigualdades o guerras nos resultan tan evidentes que nos desilusiona como nunca que no se logre, también porque somos más conscientes de los peligros que nos acechan y de las intenciones de quienes quieren que no sea así. Vemos con más claridad que nunca la actuación de los poderosos y los comportamientos que nos llevan a actitudes serviles o de neoesclavitud. Pero todo ello es porque desde hace siglos hemos construido unos conceptos en los que creemos y que han empujado el mundo hacia el lado correcto de las cosas, el de la tolerancia, la igualdad y la justicia social. Pero este camino es lento dado que los intereses que controlan el mundo financiero y los poderes políticos locales siguen llenándolo de trampas en las que muchas veces caemos porque se ha generado dentro de nosotros el egoísmo o un estado confortable de vida que confundimos con la libertad. Casi siempre prevalece ese egoísmo que convierte nuestro dolor por el sufrimiento ajeno o la desigualdad en un estéril gesto frente al televisor o en la barra de la cafetería. Como somos más conscientes de nuestra propia hipocresía nos duelen más las desigualdades y las muertes violentas pero casi nunca actuamos. A veces consideramos que el mundo debería cambiar bruscamente, de la noche a la mañana, en el sentido que vemos tan claramente y cuando no sucede nos decepcionamos hasta la rabia. Este desequilibrio es antiguo pero deberíamos volver siempre al camino lento, al ejercicio constante pero no bronco ni sectario, que ha conducido al mundo a la posibilidad de extender como nunca los mejores valores del ser humano. Pero siempre con el ojo alerta porque frente a nosotros siempre encontraremos a quienes quieran controlar al resto e imponerle su forma de pensar o su mercancía. El mundo globalizado ha traído formas muy sutiles de dominio sin la necesidad de enseñar las armas pero también la forma de combatirlas.




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