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domingo, 24 de diciembre de 2017

Tener dignidad

Existe una sensación rara y muy extraña, de esas que te dejan en estado de shock y te duran hasta que el sueño te vence. Y en función a la predisposición que nuestro cerebro esté diseñado para ser más obsesivo, puede durarnos varios días. En la RAE, deberían inventar una palabra adecuada para describirla. Y no es más que recibir una respuesta desagradable de alguien a quien no le caes bien, no soporta tus valores, tu vida y tu enfoque sobre moralidad o política. Tras adularle, para intentar llevarte bien con él. Tras ofrecerle una sonrisa o una opción para entablar una conversación, tras un silencio incómodo, de nuevo, nos deja con las patas colgando, una vez más. Caemos en lo mismo. La inseguridad o los síndromes de Estocolmo nos dominan.
Si tuviéramos ese mínimo de dignidad suficiente, las deberíamos haber descartado hace mil años. Por lo inútil de emprender con ellas una relación exitosa que nos lleve a donde algún día creíste que podías estar con ella. Y es que muchas veces, pensar que la paz debe estar por encima de la salud mental, es una estratagema que sólo nos llevará a engaño, porque irremediablemente la guerra estallará. La paz impuesta nunca es paz. Si ésta está supeditada a lo incómodo, a la condescendencia del otro que, a ciencia cierta, sabes que tras un fallo te va a degollar o tirar del comentario que hiciste hace diez años para desacreditarte.
No hay peor pariente o supuesto amigo que el que desea verte fracasar. Y una de las causas más frecuentes es cuando ocupas una parcela que antes él dominaba con solvencia, esto se da mucho en los grupos y la familia. Cuando destronas, ya sea intelectualmente o en su escala de valores, debatiendo con mejores argumentos, comienza la pira fúnebre. No estamos a la altura para aceptar esta derrota. Es muy típico que lo que a algunos durante algún tiempo los encumbró, ahora en tu vida valga menos que un pimiento. Es tan difícil asumir que nos hemos quedado atrás sin tener en la cabeza boicotear en la caída a nuestro competidor. Es tan humilde silenciarse, aprender y comprender que nuestra época dorada, en algunas cuestiones, pasó y que otros ocupan un papel que no podemos ni sabemos ya interpretar. Y es que, como en todo, la soberbia y la envidia pueden destrozar las relaciones más simples o complejas. De nada sirve tener al lado a alguien servicial que te fulminaría ante la mínima contradicción. Aunque te traiga el desayuno a la cama todas las mañanas o te arregle los enchufes del piso.
Para qué engañarnos, da gusto ser valiente. Y, sobre todo, dejar de ser un dictador. Compensa
Por eso creo que es hora de ser valientes, no sólo para sentir que uno ha crecido, sino para asumir que otros nos pueden enseñar más allá de nuestro ego, que sólo nos limita. Para, sobre todo, descartar, a favor de la paz espiritual. Aunque supongan el aislamiento social y trastocar la zona de confort. Esa soledad es la de los ganadores. No dorar la píldora a alguien que no te camela es esencial para superarnos. Porque ser un esbirro, ya es algo que esta vida impone ante la supervivencia. Hay que darse el gusto de no tener piedad ante los que son más oscuros que tú, a los que por destruir tu modelo de vida sólo hacen de abogado del diablo. Hay que levantar la barbilla sin discreción y decir no. Y por supuesto saber cuándo ejercemos de tirano fabricando esbirros en serie, cuando aplicamos a otros las mismas miserias que tanto nos dañan en la almohada.
Sí, opino así y no voy a ceder ni un palmo porque seas un inseguro o veas en peligro tu liderazgo tóxico. Hay que perder para ganar, desprenderse, asumir que lo que antes era un tótem que inspiraba miedo o respeto, ahora no te llega ni a los talones. Y no hablo de cuestiones monetarias o de otro tipo de clasismo. Hablo de dignidad, algo que hoy se vende muy caro. No renuncien a ella, en la medida de lo posible. Seguramente ante tu nueva postura, tras vencer esas artimañas, el sujeto en cuestión te brindará una pleitesía que ya no valdrá la pena. Pero para qué engañarnos, da gusto ser valiente. Y, sobre todo, dejar de ser un dictador. Compensa.

Fuente:https://www.lavozdelsur.es/esbirros-y-tiranos#_=_

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