PEOR ES NADA. PEOR ES NADA. PEOR ES NADA. PEOR ES NADA . PEOR ES NADA. PEOR ES NADA.

viernes, 23 de junio de 2017

nos quitaron el tiempo de la noche

La expropiación del tiempo de la noche






Hasta no hace muchas décadas la noche estaba consagrada al descanso y al reposo, salvo en las fábricas donde desde finales del siglo XIX, tras la invención de la luz eléctrica, el capitalismo había implantado la jornada perpetua de 24 horas de trabajo, en unidades productivas que nunca cerraban y en las cuales las máquinas no se detenían jamás. A ese ritmo febril se tuvieron que acoplar a la fuerza los obreros, que debieron repartirse los turnos y laborar en la noche. Esa fue la primera expropiación del tiempo nocturno, un momento en el cual nuestro reloj biológico, por disposición genética, nos dice que debemos dedicarnos a descansar, porque nuestro organismo está adecuado para eso y no para estar despierto y menos trabajando.


Después, cuando la luz salió de las fábricas y se extendió por las ciudades, en el siglo XX, se alargó el tiempo cotidiano de la gente, que podía salir y deambular en la noche. En el último medio siglo en casi todo el mundo se presentó otro cambio drástico que se proyecta hasta el día de hoy, consistente en que la televisión se fue convirtiendo en un instrumento permanente en los hogares y cada vez se fue ampliando más el tiempo de transmisión televisiva, hasta durar hoy las 24 horas del día. En este caso, se asiste a la expropiación del tiempo personal de las familias que empezaron a dedicarle una parte sustancial de sus vidas a ver televisión, que en algunos casos, como en los Estados Unidos, supone que cada persona vea en promedio siete horas diarias de televisión, en razón de lo cual ese aparato se ha convertido en uno de los principales medios de educación de nuestra época.
Esta expropiación de la noche que acompaña la desbocada urbanización en el mundo produce cambios significativos en el comportamiento de los seres humanos y una modificación brusca del entorno natural y de los ecosistemas, así como de las costumbres y hábitos temporales de las personas, que pierden todo vínculo evidente y directo con la naturaleza y sólo se relacionan con el medio artificial, principalmente con la luz eléctrica. Ya lo decía Pasolini en uno de sus últimos escritos que se habían acabado las luciérnagas en la Italia de comienzos de la década de 1960 y que las nuevas generaciones no tenían ni idea que aquéllas habían existido y, por lo tanto, no podían quejarse por su desaparición. En donde habían luciérnagas ahora aparecían centros comerciales, propiedad de capital transnacional, y en contra de esa presunta modernización en la que se adora el cemento, la luz de neón y el fulgor y sonido de los artefactos electrónicos, Pasolini declara: “Yo, por más multinacional que sea, daría toda la Montedison (un centro comercial) por una luciérnaga” (Passolini, 1983).




Así como han desaparecido las luciérnagas, también han desaparecido las estrellas en la noche, o mejor, nunca las vemos porque no tenemos ni tiempo ni espacio para mirar hacia arriba. La luz artificial nos ciega o estamos resguardados, los que podemos, en nuestras cuatro paredes ante la luz espectral del televisor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario