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lunes, 13 de noviembre de 2017

Se acaban los rebaños y los pastores...

No sé si la mayoría de la gente es consciente de que tener rebaños de ovejas y cabras en los campos es un lujo.En Moranchel aún tenemos suerte porque hay 1 rebaño grande de ovejas de unos pastores de Masegoso de Tajuña ( pueblo vecino ) y también quedan las cabritas de Rimun Ojalá nos duren muchos años.
Comparto con vosotrxs este maravilloso artículo:


Había quedado con Efrén en una carretera de un pueblo fronterizo de Soria, a escasos kilómetros de Aragón. “Estaré cerca de la cuneta”, me dijo. Y allí estaba erguido, apoyado en su bastón de madera. Esperándome. La estampa de Efrén con cuatro perros a sus pies y un rebaño de una treintena de cabras en medio del campo abierto coronado por la vertiente soriana del Moncayo me acompañará siempre. Los perros se interponían en mi camino y me costaba avanzar con el coche para seguir las indicaciones vigorosas de Efrén.
“He sido el hombre más feliz de la tierra”. Casi fue lo primero que me dijo. Su voz y su forma de hablar, con ese dominio del tempo del discurso, marcado por pausas pero también por palabras llenas de emoción, resultaba envolvente. Una elocución a la que le acompañaba su figura y su porte, caracterizados por ese saber estar que a veces solo aportan los años. Y sería precisamente la palabra “feliz” la que jalonara la siguiente hora de conversación.
“¿Qué te ha traído hasta aquí?”, me preguntó. Y eran tantas cosas... Entre otras la curiosidad. El descubrir cómo vive un pastor: su lidia diaria con la soledad, su particular lenguaje con la naturaleza, su estar en el mundo. Quería que Efrén me hablara del campo y de la situación que atraviesan los pueblos españoles. Pueblos en los que cada vez es más común el silencio y la vejez.
Mientras Efrén conversaba miraba de reojo, casi por defecto, a sus cabras que reposaban serenas al otro lado del coche. “¿Cree que nos entienden?”, le pregunté. “Claro que sí. Míralas. Todas atentas”. Me dice que las conoce, que incluso cuando llevaba rebaños de 800 –ovejas, en este caso- las reconocía a todas. “Tienen rasgos, igual que las personas. Las ovejas son buenas, el cordero es la humildad, la paz. La cabra es algo más mala. Raro es el día que no se están pegando unas a otras. Estos animales son mi familia. Quiero a mi mujer pero ellas siempre han sido parte de mi familia. Me ha tocado poco menos que lavarles la cara cuando no tenía faena. Es una droga”. “Los animales nos enseñan a vivir”, me dice.

Una catástrofe medioambiental
No tardó mucho en aflorar a la superficie de la conversación la raíz de un gran problema. En Ágreda, su pueblo, había 16.300 ovejas cuando comenzó con el oficio 50 años atrás. Hoy, escasamente hay 3000. “Me jubilé a los 69 años, pronto hará tres. ¿Los ganaderos de hoy? Ya se pueden jubilar también. Calculo que de aquí a dos años ya no habrá ovejas”.
Un campo sin ovejas es una gran catástrofe medioambiental. Una cadena que se rompe, una fractura en el orden natural. Entre otros problemas, significa que la carne que llega a la mesa es carne importada -con el agravio medioambiental correspondiente-. También que los pueblos antaño ganaderos que vivían del oficio hoy tienen que buscar otras ocupaciones, lejos quizá de los campos y la tierra. Los pueblos casi desiertos no encuentran la manera ni la fuerza para reinventarse. Y no son los únicos problemas.
“En este paraje antes había tres o cuatro ganaderos. El terreno estaba limpísimo. Ahora como no hay ovejas, sucio. Hoy los montes me dan pena. El día en que entre el fuego al Moncayo no habrá remisión. Las ovejas eran cortafuegos. Ahora vendrá lo que tenga que venir”. Unos campos que gracias a los grandes avances y adelantos de nuestro tiempo, hoy se limpian a base de sulfatos. Las ovejas están comiendo veneno”, asegura. Y ojalá fueran solo las ovejas.
Los animales de Efrén siguen pastando por los mismos campos que hace años pero él sabe mejor que nadie que todo ha cambiado. En primer lugar, el tiempo. Los inviernos han dejado de ser fríos, ahora ya no llueve ni nieva. Recuerda épocas en las que el Moncayo lo traía todo. Ahora, tranquilo todo el año como si fuera inmune al cambio de estación. ¿Será su manera de vengarse? “La mano del hombre es la que lo está echando todo a perder. Estamos quemando la atmósfera. Se dice pero no nos lo creemos”.
Sin embargo, no ha sido el clima el único que ha cambiado: hoy se le exige al ganadero el contratar un seguro anual para la recogida de cadáveres. Un seguro no solo gravoso para el ganadero sino también para el medio ambiente. “Cuando una oveja moría la dejabas por ahí. Una oveja se moría y se quedaba. Vivian los zorros, vivían los buitres, vivían todos. Hoy el Ministerio de Medio Ambiente nos obliga a sacar un seguro para la recogida de cadáveres que, antes, por supuesto, te lo ahorrabas. Pero a mí me han atacado los buitres ¡Me han atacado los buitres con las ovejas en vivo! Los buitres tienen hambre y, mientras, los políticos cobran su sueldo por el cuidado del medio ambiente”.

Las oficinas llenas y el campo vacío

“¿Por qué hoy nadie quiere ser pastor?” Efrén me da muchos motivos, entre otros, que está muy mal considerado. Me explica que a veces piensa que lo infravaloran únicamente por su profesión. Y quizá haya algo de real en esta apreciación. El cliché de creer que dedicarse al campo o al ganado es la consecuencia de no tener capacidad para seguir estudiando. Unos tiempos marcados por la fijación, casi obligatoria, de tener que ir a la universidad y poseer unos estudios para ser alguien en la vida. El del pastor es además un trabajo esclavo, constante. Un trabajo para los 365 días del año y por si fuera poco hoy se gana menos dinero que hace unos años en este oficio. “Se están vendiendo los corderos más bajos que hace diez años y, además, hay que estar manteniendo al veterinario. Tienes uno ya particular y los que trabajan para el Estado te hacen visitas a todas horas. También el viajante de los medicamentos. Es toda una cadena. Los políticos han creado este problema. Sabrán mucho de letras pero de práctica, nada. Y a mí que me lo vengan a decir porque eché los dientes en la tierra y los sigo echando”.

Ante la creciente subida de gastos, las subvenciones son el pequeño parche que pretende mejorar un gran problema. Subvenciones que cubren, por ejemplo, entre un 25 y un 30% del citado seguro de recogida de cadáveres o que pretenden apoyar la incorporación de la mujer y la juventud dentro del mundo rural. A Efrén, sin embargo, no acaban de convencerle estas ayudas, ya que asegura que rara vez llegan a quienes deberían y que, aunque están pensadas para apoyar a los ganaderos con ovejas, se conceden a personas que no las tienen. “Antes de poner la subvención cada uno comía lo que podía. Nadie se aprovechaba de ahí y tampoco había IVA. El problema es que ahora hay mucha gente en las oficinas. Mucha. Y el campo vacío. Precisamente el campo que es de donde sale toda la comidaSoria es la provincia con la tasa de natalidad más baja, todo vejez. Y quieren repoblar los pueblos pero ¿quién quiere venir hoy a los campos?”.

Soria es sin duda la provincia española en la que el envejecimiento poblacional es más acusado. Así, mientras en 1950 las personas mayores de 65 años representaban el 8,2% de la población, seis décadas después constituyen ya el 25% -por lo que uno de cada cuatro sorianos ha cumplido 65 años



Mientras hablamos, pienso en personas competentes y dispuestas a desempeñar este oficio. Efrén asegura que solo puedes amarlo cuando lo has mamado. “Hoy los jóvenes no tienen ilusión. A veces reciben dinero sin empezar a trabajar. Alguno quiere trabajar, otros ni se lo plantean. Se han hecho al vicio. Pero aquí tendrían trabajo”. Otro escenario completamente antagónico al descrito y padecido por Efrén es el movimiento neorural, que ha cogido fuerza en los últimos años. Un caso llamativo es el de un centenar de ganaderas que, a través de su propia versión de Despacito reivindican su función en el campo. Un vídeo que este verano ha conseguido la etiqueta de viral

De policía a pastor

Cuando el hermano mayor de Efrén entró en la mili, él tuvo que encargarse del cuidado de los animales para aminorar el trabajo de una familia demasiado numerosa. Por aquel entonces, Efrén no podía ni ver a las ovejas. Entró con 72 ovejas y 4 cabras. Cuando cumplió 18, también él marchó a hacer el servicio militar teniendo muy claro que jamás volvería a ocuparse de aquellos animales. Se había preparado para policía y había aprobado. Cuando ya tenía su vida resuelta, lejos de su hogar, algo lo retuvo y lo condujo de nuevo hasta esas tierras que lo habían visto crecer. “Me hizo duelo. Quizá también la ilusión de la casa, los campos….La ilusión. Y he sido muy feliz. Todas esas sierras de por ahí… ¡Jolín! Las tengo machacadas a patadas. He sido el hombre más feliz de la tierra y lo sigo siendo, e incluso si ahora volviera a tener 50 años me volvería a dedicar a las ovejas”.

Hoy Efrén lleva “cuatro cabras” solo por capricho. “Ya no son rentables”. Los amigos y la gente de su pueblo le dicen que ya basta de ganado, que se quede en casa. Pero él no puede. A Efrén, le gusta alternar, charlar, es un hombre abierto. Sin embargo, no se imagina en el pueblo todo el día. Aquí, con sus cabras, es feliz. Es su vocación, su droga.
A Efrén le gusta pintar, leer y escribir. Asegura que por sus hatillos siempre lleva libros y hojas de periódicos. Un chaval inquieto, con deseos de estudiar. Sin embargo, con una familia de 7 hermanos, era difícil pensar en uno mismo. Su madre murió cuando él apenas tenía 8 años. Trabajar era lo único que le quedaba para subsistir.

La prueba de fuego

Con mucho dolor, Efrén despidió a su rebaño de ovejas hace casi tres años. Le empezó a fallar el tendón y el médico le recomendó quitarse las ovejas con esa facilidad con la que suprimen de nuestro día a día el café, la cerveza o el azúcar…Aquello que nos da la vida pero que, al parecer, también nos la quita.“¡Qué duro era! Quítate las ovejas. Qué guapas, qué pobrecicas. No pasa ni un solo día sin que me acuerde de ellas, de sus caras… Cuando las cargamos al camión me acuerdo que cogí a una que había parido ese mismo día. ‘Te vas’, le dije”.

Efrén es un pastor a la vieja usanza, de los de antes, de los que todavía comprende lo que es escoger el terreno, sentarse en un prado y esperar. El que ha luchado por la vida de sus ovejas trepando por las sierras moncaínas y exponiéndose a los peligros. Me dice que hoy los pastores ya no son pastores. Vienen corriendo y sin coger el terreno ya se han ido hacia otro lado. El concepto de pastor de antaño se ha convertido hoy en el del ganadero que alimenta a sus animales en granjas –un método más rápido, quizá también más rentable y acorde con los tiempos-. Con la pérdida de la figura del pastor tradicional, el de Efrén pronto pasará a formar parte de un oficio del pasado. Ni siquiera él, a pesar de toda la felicidad que le ha aportado, se lo recomienda ya a nadie. Tampoco a sus dos hijos. Los tiempos han cambiado y ahora parece que precisamente es el tiempo lo que ya nadie está dispuesto a invertir en el campo

Me despedí de Efrén y me monté de nuevo en el coche mientras lo veía alejarse, poco a poco, por el mismo campo abierto en el que lo había conocido. Sus animales lo siguieron dóciles, sin necesidad de muchas palabras. De nuevo, la imagen de Efrén hacía real una escena que a veces solo parece existir en películas y novelas. Un Efrén fusionado con el paisaje, con la atmósfera, erguido y jovial a pesar de sus 72 años de edad; dominando el espacio y sabiendo cómo pisar una tierra que ya poco más tenía que enseñarle. Mientras lo veía alejarse, convirtiéndose cada vez en un punto más y más pequeño, su voz resonaba con fuerza en mis pensamientos:

“El hombre más feliz de la tierra. Lo digo y lo publico. Voy por la calle y voy derramando simpatía. Efrén, Efrén, Efrén. Y soy pastor y no es ninguna bajeza. Somos humanos y cada uno nos ganamos la vida como podemos y por ser pastor no se es menos que nadie. Yo no margino a nadie. Todos somos humanos, el pobre y el rico, y hemos nacido para vivir”. 
Fuente :https://www.elsaltodiario.com/zero-grados/efren-alonso-el-hombre-mas-feliz-de-la-tierra





”.

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