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sábado, 8 de julio de 2017

EL TURISMO ES LA HISTORIA CONTADA POR UN IMBÉCIL

EL TURISMO ES LA HISTORIA CONTADA POR UN IMBÉCIL, por Alfredo Grande*


Los refranes de la cultura represora son un catecismo del sometimiento. De la resignación. De la estupidez. Por ejemplo: “viajar es morir un poco”. Demasiado fácil contraponerlo a “morir es viajar bastante”. Pero en la actualidad de la cultura represora, donde 15 días de vacaciones equilibran 345 días de trabajos forzados, ese “morir un poco” es idealizado. Las compañías de vuelos, tours, hotelería de alto standing, cruceros, tierras exóticas, etc., son adicciones legales que ocupan el alucinatorio social y político de las clases medias para arriba.
La cultura turista promedio es: inmediata, superficial, fuera de todo contexto, oportunista, reduccionista, a-histórica, sensiblera, desmesurada y amarreta por igual. Y de una candidez, ingenuidad y sencillez que simplemente dan asco. El turista quiere conocer todo pero solicita no entender nada. El guía es su gurú espiritual, su mesías, el Majdi, el único esperado. Un mundo feliz en la cajita feliz de una combi. Obviamente, siempre hay una pincelada social, incluso política.
Un guiño a la realidad real de la cual no conviene despegarse del todo. Son las estrellas fugaces del tour. Quizá para diferenciar de la realidad virtual, el casco queda oculto. Como el turista promedio es clase media alta y alta, los matices deben ser cuidadosamente vigilados. La miseria que se nota debe ser banalizada con frases del tipo: pobres hay en todos lados. Y pasar rápidamente al lado iluminado de la luna ya que los oscuros de la historia son solamente para los resentidos, los anarquistas, los malnacidos y los hombres y mujeres lobo.
El turismo es una industria sin chimeneas. No sale humo: salen dólares. Pero es su dimensión transnacional se ha convertido en otro opio no de los pueblos, sino de los que explotan a los pueblos. Cada uno tiene el opio que puede pagar. (...)
El turismo quizá sea una de las formas de la modernidad líquida, de acuerdo con Baumann. La subjetividad turística es intensa y fugaz. Toca y se va. Por mucho que toque, nunca se queda. Y habitualmente tampoco sabe que está tocando y de dónde se está yendo. Me acuerdo del título de una película, muy anterior a la psicosis de internet y el tiempo on line. “Es martes, debe ser Bélgica”. Un título similar podría ser: “Son urnas, debe ser democracia”. Porque hemos entronizado un turismo democrático. O sea: diferentes paisajes, diferentes tours, diferentes beneficiarios, diferentes paquetes, diferentes compañías, diferentes operadores locales e internacionales… pero ¡siempre viajan los mismos!.
El turismo es la industria más funcional a la cultura represora. Es la expresión más contundente de la banalidad del bien. Sin obreros, sin cultura proletaria, con una simbiosis entre turistas y servidores, hace realidad el mito burgués de la alianza de clases y la armonía universal. A veces hay pequeños ruidos por una excursión que fracasa o una reserva que se cae. Pero poco ruido y siempre muchas nueces.
El fomento del turismo no es solamente una cuestión de ingreso de divisas. Las divisas ingresan, pero no solas. Cada turista es un Hernán Cortés que, sin quemar ninguna nave, intenta y muchas veces consigue, colonizar al turisteado. Turismo incluso matrimonial. Turismo político y turismo deportivo. (...)
El turista, toca y se va. O sea: mira todo, entiende poco, comprende algo, y luego pasa a otra pantalla. Es un zapping de lugares, costumbres, historias, personas. En el nivel fundante, el turismo es un deporte psicofísico y económico que consiste en incorporar la mayor cantidad de información en el menor tiempo posible y con el margen de utilidad más reducido que se consiga.
Los guías turísticos son los sacerdotes de los templos del consumo, y los encargados de realizar un mix entre naturaleza y centros comerciales. Incluso lo importante, el turismo lo trivializa y lo compacta. La intensidad arrasa con la profundidad, y todo queda planteado en una trivialidad y banalidad constante. De tal forma que la subjetividad del turista es plana, compacta, sin pasado y sin futuro. Un presente continuo que se extiende una semana, una quincena o más según la perfomance económica financiera.
Las estrellas de los Hoteles iluminan el camino, y los pasajeros frecuentes, priority, firts class, son los semi héroes frente a la plebe que viaja en clase común y no pasa de 3 estrellas. Es una minoría poco ilustrada, pero altamente consumista. No es un tema de cantidad sino de intencionalidad. Una forma de vivir. Un dassein existencial. Es la apuesta permanente a las sensaciones de la realidad, no importa cuál es la realidad. Paisajes, población local, todo rigurosamente vigilado. El turismo es la historia contada por un imbécil.
* Alfredo Grande es un Psiquiatra y Psicoanalista argentino, director y actor teatral, periodista y escritor Agencia de Noticias Pelota de Trapo (APE).


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