PEOR ES NADA. PEOR ES NADA. PEOR ES NADA. PEOR ES NADA . PEOR ES NADA. PEOR ES NADA.

viernes, 13 de mayo de 2016

Trozos de papel

“Nadie podrá volver a enseñarme la foto de un cuerpo mutilado o de un niño muerto y decirme que el mundo es así. Yo no puedo vivir en este mundo, pero yo quiero vivir. Si eso es una herida, no necesito que la curen”.


….Las formas de sociedad que hemos vivido hasta ahora han instalado en la tierra la desdicha de los cuerpos. ¿Quién, en la sociedad moderna, dispone de la libertad suficiente para conocer el mundo? Existen hombres que no saben qué es un árbol, la hierba, el viento primaveral, el galope de un caballo, los andares del buey, la luz del cielo. Incluso los más libres desdeñan la ciencia auténtica y se pasan la vida jugando con especulaciones metafísicas. Las glorias brotan a su alrededor igual que un arco iris; pero ellos se encierran, se aíslan de un mundo que tienen la misión de habitar….

 …..Mis gozos perdurarán cuando sean comunes. Pero cuando la miseria me asedia…Y ésta se encuentra en todas partes, mezclada con una suerte de locura. Los hombres han creado un planeta nuevo: el planeta de la miseria y de la desdicha de los cuerpos. Han dejado desierta la tierra. Ya no quieren ni fruta, ni trigo, ni libertad ni alegría. Ya sólo quieren lo que inventan y fabrican ellos. Tienen trozos de papel que llaman dinero. Para conseguir una mayor cantidad de trozos de papel deciden inesperadamente sacrificar y enterrar ciento sesenta mil vacas lecheras de las más valiosas. Deciden arrancar la vid porque de lo contrario el vino sería demasiado barato, o sea: no produciría trozos de papel en cantidad suficiente. Si les dan a elegir entre los trozos de papel y el vino, escogen los trozos de papel. Queman el café, queman el lino, queman el cáñamo, queman el algodón. Ante la inmensa hoguera de algodón se presentan unos desempleados de xxxxxx: “Dejad que rellenemos nuestros colchones-dicen-; dormimos en el suelo, casi no comemos. Al menos así podremos dormir”. Y les responden: “No, hay excedente de algodón”. Y ellos responden: “Excedente no, porque a nosotros nos falta. Nos daría alegrías, se lo aseguro; bueno, alegrías es mucho decir, pero mitigaría nuestra miseria, nos permitiría dormir en una superficie blanda cuando no hemos comido lo suficiente”. Les replican:“No, no, no oís nada. No se trata de vosotros. Hay excedente de algodón porque, si no lo eliminásemos, el precio del algodón bajaría y nosotros, los productores de algodón, obtendríamos menos trozos de papel. Eso es lo que pasa, ésa es la cuestión, y no nos quedaremos tranquilos hasta que este algodón no se haya transformado en humo. Apartaos”. Cuando las cosechas son abundantes, se lamentan: tenemos demasiados melocotones, tenemos demasiadas peras, tenemos demasiado vino, tenemos demasiado trigo, demasiadas patatas, demasiadas remolachas, demasiadas coles, demasiadas alcachofas, espinacas, habas, lentejas, judías. La tierra que perpetúa sus antiguas glorias espesa la simiente de los animales: tenemos demasiadas vacas, demasiados bueyes, demasiados cerdos, demasiadas ovejas, demasiados caballos, demasiadas cabras. El cortejo de las criaturas espléndidas camina por los vergeles cubiertos de flores; los campos de gramíneas acarician con dulzura el vientre de los bueyes. El hombre tiembla. Un inmenso terror colectivo sacude la sociedad; ¡nuestros trozos de papel, nuestros trozos de papel! ¡Gobiernos, ministros, diputados, reyes, emperadores, leyes, leyes, leyes humanas al rescate! Tenemos demasiado de todo, rápido, rápido, prendamos fuego a los campos, destrocemos los vergeles a hachazo limpio, matemos a las vacas, a los cerdos y a las ovejas durante la noche a base de cuchilladas en el vientre, a golpe de hoz en la cabeza, segando con la guadaña las patas delgaduchas de los rebaños, y si no avanzamos suficientemente rápido, ¡cañones, cañones, cañones!

 ¡Que vuelva la escasez! Que la tierra sea un desierto, para que yo pueda vender muy caro este corderillo solitario, este melocotoncito, apenas un par de bocados. ¿Tenéis hambre? ¡Pues mejor, así me daréis más trozos de papel! ¡Si pudiera detener los ríos! ¡Si pudiera hacer que el agua también fuese valiosa! os vendería el agua. Cuánto dinero perdido en ese río del que todo el mundo puede sacar lo que le venga en gana.
 Dos tercios de los niños del mundo están malnutridos. Al treinta por ciento de las mujeres que dan a luz en las maternidades se le secan los pechos al cabo de ocho días. El sesenta por ciento de los niños que nacen han sufrido penurias en el vientre de su madre. El cuarenta por ciento de los hombres de la tierra nunca ha comido una fruta directamente del árbol. De cada cien hombres, treinta y dos mueren de hambre todos los años, cuarenta nunca comen hasta saciarse. En toda la faz de la tierra, todos los animales libres comen hasta saciarse. En la sociedad del dinero, solo el veintiocho por ciento de los hombres come hasta saciarse. El sesenta por ciento de los trabajadores nunca ha descansado, nunca ha tenido tiempo de contemplar un árbol en flor, no conoce la primavera en las colinas. Producen objetos manufacturados. El cuarenta por ciento de los objetos que fabrican sin descanso carece de significado para la vida humana. El cincuenta y tres por ciento de los objetos fabricados que pueden ayudar a la vida se queda en los almacenes, no se compra, se destruye, se reconvierte en materia que se da de nuevo al obrero, que rehace el objeto, que luego se redestruye. El obrero es el único que vive por completo en el planeta de la miseria y la desdicha de los cuerpos. De cien obreros que ingresan en los hospitales, los médicos que los examinan son incapaces de reconocer un cuerpo de hombre en cuarenta y tres de ellos. Los pulmones se han convertido en algo que hasta ese momento no tenía ni nombre, una suerte de monstruo anatómico. Y tantos monstruos de esa clase hay, que no les ha quedado más remedio que inventar un nombre: es el pulmón-fábrica. En esos cuarenta y tres -no sé cómo llamarlos; pero digamos “hombres”-, en esos cuarenta y tres hombres no queda ya nada verdadero: ni corazón, ni sangre, ni vista, ni olfato, ni gusto. Son los nuevos habitantes del nuevo planeta de la miseria y de la desdicha de los cuerpos. Las criaturas salvajes son admirables. Un zorro salta dos metros de altura cuando se le antoja. El corazón de un pájaro es una maravilla. El pulmón de los patos salvajes es una alegría y una riqueza formidables para el pato. La sociedad construida sobre el dinero destruye las cosechas, destruye a los animales, destruye a los hombres, destruye la alegría, destruye el mundo auténtico, destruye la paz, destruye las riquezas verdaderas…...
 Texto: Las riquezas verdaderas.Jean Giono.

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