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lunes, 22 de octubre de 2018

Sue Hubbell

Comparto las palabras de Rubén, editor de Errata naturae, editor de Sue Hubbell:
Acabo de saber que Sue Hubbell, una de las autoras más queridas por todos en esta casa y por mí en particular, ha muerto. Estoy conmocionado y retengo las lágrimas porque prefiero escribir ahora y llorar, quizás, luego. No serían en cualquier caso lágrimas de tristeza, de hecho ahora mismo siento esa pálida forma de la alegría que se hilvana con el agradecimiento más profundo. Sue Hubbell me enseñó muchas cosas: me enseñó que era posible cambiar radicalmente de vida para construirse una existencia acorde con los ideales en los que uno cree y considera justos; me enseñó que era posible sustituir el asfalto por el estiércol y tratar de ser feliz inventando desde estas montañas nuevos modelos de vida para un siglo que pretende ocluirlos; me enseñó a pensar que esos cambios no son sencillos, que implican mucho esfuerzo, muchas dudas, muchas caídas, un auténtico aprendizaje vital; y me enseñó sobre todo a mirar, a ver dónde yo antes no veía, hizo eclosionar un mundo y consiguió que mi relación con la naturaleza fuera, a partir de sus libros y su experiencia, nueva, más fértil, más amplia; también me regaló herramientas (conceptuales y sensoriales) que sigo utilizando cada día en el bosque.
Y con su muerte me ha enseñado una última lección que, por supuesto, pasados apenas unos minutos desde que he conocido la noticia, aún no sé cómo agradecer.
Sue Hubbell ha muerto con 83 años y en los últimos meses había comenzado a sufrir demencia. Seguía paseando cada día por los bosques, pero en una ocasión se desorientó y tardaron 14 horas en encontrarla. Después de aquello, y tras recobrar el discernimiento, decidió que no iba a consentir que la enfermedad escribiera el final de su vida, ambientándolo en alguna institución donde la presencia de la naturaleza estuviera garantizada por una fila de jardineras. En la mañana del domingo 9 de septiembre 2018 comió su último pomelo e informó a sus familiares y amigos, así como a su médico, que no iba a ingerir más alimentos, sólidos o líquidos. Murió 34 días más tarde: una vez más, nadie sabe lo que puede un cuerpo, ni siquiera uno mismo. Y sin embargo su lucidez fue aumentando a medida que el resto de sus funciones corporales se apagaban. Murió libre, salvaje y atenta a todo lo que la rodeaba, como había vivido siempre. Y su hijo, Brian, cuenta que, con razón, ella consideró sus últimos días un triunfo.
Gracias, Sue. Y seguimos viéndonos en los bosques.
Rubén Hernández, editor de Errata naturae.


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